¡Oh, mi querida Clementina!

 Acto I

Cuando terminaba de fregar los platos, ella prendía el televisor a las 8 de la noche para sintonizar su programa favorito que ahora queda en el olvido: la hermosa voz de María Victoria se mezclaba con la estática constante del viejo televisor. No podía quejarse de ese inconveniente porque era un televisor que encontró en el basurero y que, la mayoría de veces, debía de girar con precisión el conmutador de canales con una pequeña varilla para sintonizar el programa deseado.
          —Yo me moriría huérfana de besos, sin calor de amor...—cantaba mientras trataba de imitar los movimientos de la mujer.
A veces se decía a sí misma que ella estaría ahí en medio del público ovacionándola mientras estaba envuelta en vestidos de seda y zapatillas brillantes, sería admirada por todos. Jamás despegó su vista del televisor, ella estaba hipnotizada al tiempo que cepillaba el cabello largo y negro; después de untaba crema y se ponía unas gotas de perfume, el cual temía que se acabará porque era el único lujo que podía tener en casa. En ocasiones algunos pensamientos de añoranza la perseguían: deseaba volver a la escuela pero no hay dinero y, aunque su abuela no le niegue comprar un frasco de perfume cada año, sabe que ambas están sumergidas en la pobreza. Las horas se apresuran como colibrís inquietos y pronto será media noche. La estática del televisor se hace presente y alguien comienza a acariciarle gentilmente el cabello. Cierto, ella estaba tan ensimismada que ni siquiera notó la presencia de otra persona en la habitación.
            —Siempre tan distraída, ¿Acaso nunca te lo advertí, mi querida Clementina? —él está detrás, ella sabe quien es porque su aliento apesta a cigarrillos Newport—. Supongo que es una de las cosas que más me gustan, ¿lavaste tu cabello?
La programación de la televisora ha terminado y lo único que habrá al aire es un fondo negro con estática, ella no dice nada, solamente se cohíbe en el sillón de forma silenciosa. Algunas veces, ella se queda en silencio mientras el hombre hace lo que quiere; en otras, él se vuelve terriblemente brusco porque termina por magullar su piel mientras maldecía en voz alta; finalmente, eran raras las ocasiones donde ella se resistía e imploraba que no quería hacerlo, pero el hombre no solo se volvía brusco sino violento y lo intentaba a la fuerza. Se reía de ella al terminar: "No aprendes nada, chiquilla tonta". Todas estas cosas se presenciaban delante de la estática negra del televisor viejo. No solo era ese hombre, sino que eran varios los que se acurrucaban con ella mientras le susurraban al oído lo hermosa que era; sin embargo, ella recuerda al hombre de los cigarrillos Newport: él era pesado, amoroso y olía a cigarros a medio fumar. Cuando aquel hombre terminaba y era grande su satisfacción le cantaba: "Oh, querida Clementina. Te perdiste y te fuiste para siempre. Pobre, pobre Clementina" y le besaba sus rosadas mejillas sudorosas. Lo amaba.
Ella se reincorpora del mal sueño, está aterrada y nadie puede apaciguar su mala vivencia. Sí, ella siempre ha sido tan distraída porque apenas nota que hay un hombre a lado suyo, no hay que temer. Ha comenzado a llover, quiere reconciliar el sueño pero no puede y, con total sigilo, decide encender el televisor de la sala contigua, para sorpresa de ella este televisor no tiene estática que interrumpa la programación. Su abuela finalmente murió y ella quedó varada en la habitación de un hotel, eso es lo que menos le importa porque al menos aquí el televisor sirve.
         —Aquí estás —la voz es de un hombre, está detrás de ella y le acaricia el cabello enmarañado—, deberías de volver a la cama o te dará un resfriado.
Es como aquella vez: la noche tormentosa, la estática del televisor y su cariño. La cara del hombre que duerme con ella es pacifica y sin remordimiento, ella sigue preguntándose porque él no se ha ido de ahí, pero aún así se recuesta a su lado. El hombre la acerca con él, le sonríe y le canta: "Y su hija, Clementina. Sí, la amo, como la amo". Las manos del hombre son grandes y ásperas, pero son cálidas y amorosas; ella huele el ambiente y puede seguir olfateando el olor a cigarrillos Newport impregnados en su piel. 

Cuento inspirado por dos pinturas de Walid Obeid sobre la situación que viven las mujeres en sociedades árabes. Muchas gracias por leer











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